Durante gran parte de mi infancia
siempre me sentí ajeno al mundo que me rodeaba: El mundo de los primeros
amigos, el mundo del juego, el mundo del primer amor, el mundo de la alegría
más simple. Todo ello me resultaba extraño y acaso indiferente; pues al fin de
cuentas, siempre había sido un niño solitario.
La escuela o lo que podríamos
llamar, mi "instrucción escolar primaria", sólo vino a reafirmar esa
soledad. Transité por salones siempre numerosos, pero a pesar de ello, nunca
logré encajar en ninguna parte. Supe entonces identificar el papel que yo jugaba
dentro de esos grupos, el papel del observador, el papel del niño abstraído que
todo lo veía.
Gracias a esto siempre pude
identificar y "conocer" a mis compañeros, no hacía falta hablar con
ellos, yo sabía quiénes eran o lo que ellos creían ser y supe entonces que
desde muy pequeños aprendemos a jugar roles, empezamos a situarnos en el mundo
- o para ser más preciso - , nos "adueñamos" de una personalidad
hasta hacernos creer que es nuestra, que eso somos nosotros.
Comprendí que mis compañeros no
hacían otra cosa más que adaptarse al mundo y lo hacían bien, aprendían a ser
"funcionales", no pasaba lo mismo conmigo, ¿Qué lugar había en el
mundo para alguien que se sentía ajeno a todo esto? ¿Qué lugar había en el
mundo para alguien como yo?
Fue así que transcurrió gran
parte de mi vida escolar: entre la extrañeza de un mundo que me parecía ajeno y
la pregunta de cuál era mi lugar o mi papel en ese mundo extraño.
Fue en mi último año de
instrucción primaria donde por fin conocería "mi rostro", donde por
fin sabría quién era yo en este mundo y cuál era mi función.
Las cosas sucedieron más o menos
de la siguiente forma: La dirección escolar había publicado una convocatoria
para que todos los niños de la institución participaramos en un concurso de
dibujo. El ganador sería merecedor de un premio económico, y además tendría el
privilegio de que su nombre y su creación aparecieran exhibidos en el periódico
más leído de la ciudad. Aunado a esto, tendría el reconocimiento permanente de
toda la escuela.
No tuve duda alguna de que yo
debía participar, el único problema es que yo no sabía dibujar, pero ese
inconveniente ya lo arreglaría más tarde.
Lo importante era hacer
manifiesta mi intención de concursar y así lo hice. Me inscribí rápidamente en
el concurso y el dibujo tenía que ser entregado a los dos días siguientes sin
ningún tipo de prórroga.
Puse manos a la obra.
Cómo ya dije, tenía el pequeño
inconveniente de que yo no sabía dibujar. Pero ya me las arreglaría, y así lo
hice. Lo primero que pasó por mi cabeza fue calcar un dibujo de una revista
cualquiera, pero sabía que sería descalificado, y además de eso, mi método de
copiado consistía en transparentar la hoja con un poco de aceite de cocina, lo
cual haría muy evidente mi trampa a la hora de entregar mi trabajo, por lo que
abandoné de inmediato esa idea.
La otra alternativa que tenía (y
quizá la última), era pedirle a mi hermano mayor que me hiciera el dibujo. Él
había nacido con un talento nato para dibujar, lo admiraba por la forma en que
lo hacía. Así que sin más, le pedí que me hiciera el mejor de sus dibujos y así
lo hizo, sin preguntar para qué.
Tenía la certeza de que yo
ganaría, sin duda era un buen dibujo, muy por encima de todo lo que podría
dibujar un niño de mi edad. Para consumar mi plan, le agregué unos pequeños
detalles al dibujo y escribí mi nombre al reverso de la hoja.
He de decir que siempre tuve
predilección por los dibujos sobrios, los dibujos sin mucho color, así que este
dibujo en especial, no tendría ningún tipo de color, para que así se apreciaran
los trazos casi perfectos con los que estaba hecha "mi obra".
Había llegado el día señalado y
no fueron pocos los que entregaron sus creaciones, el concurso había despertado
gran expectativa, al final de cuentas, el premio y el reconocimiento eran poco
despreciables. Hice entrega de mi trabajo en una carpeta y me fui a clases. Me
fui con la seguridad de que yo ganaría, de que yo sería el niño que obtendría
el "reconocimiento" de mis compañeros y el de mis maestros. Un
reconocimiento que vendría de todas aquellas personas que nunca habían
significado algo para mí.
Ese día transcurrió más o menos de
la misma forma que un día cualquiera, con el tedio de las clases y con el
aburrimiento que toda escuela puede inspirarle a un niño. Tomábamos la última
lección del día cuando el director llegó a nuestro salón; pude notar que entre
sus manos traía una carpeta. Pude identificar que era la mía. La misma carpeta
donde horas antes había colocado "mi dibujo".
Creí que la decisión había sido
contundente: "¡Yo había ganado!", y el dibujo era tan perfecto que no
hacía falta revisar los demás. Qué equivocado estaba, qué diametralmente
opuesta iba a ser la realidad, una realidad que acabaría aniquilando mi plan
maestro.
De pronto oí que mi nombre era
pronunciado en voz alta por el director, me acerqué a él y de una forma
demoledora me hacía saber que mi trabajo había sido descalificado; me decía con
voz grave que uno de los requisitos del concurso era que los dibujos estuvieran
"iluminados", "coloreados"; recibí de sus frías manos mi
carpeta... yo sólo guarde silencio y sentí una profunda tristeza. El director
no había visto los trazos casi perfectos de "mi obra", sólo le había
importado que no tenía color.
Me quedé parado frente a todos
mis compañeros de clase, no dijeron nada, sólo me veían; el observador siendo
observado.
Salí rápidamente de ahí. Enfilé
rumbo a la calle sin importar nada. Conforme me iba alejando de la escuela, iba
comprendiendo que había tratado de engañar a todos, pero más que eso, que me
había engañado más a mí mismo al pensar que ese dibujo, era "mi
dibujo". Yo mismo había creído en mi mentira.
Así fue que descubrí "mi
rostro", "mi lugar en el mundo": ¡Era un mentiroso! Había
decidido jugar el juego de ese mundo que siempre me pareció ajeno e
indiferente. Había decidido adoptar mi máscara. Ya no era ese niño solitario
que no encajaba en el mundo. Había elegido mi camino - el peor de todos los
caminos -, el del hombre que le miente a todos y que se miente a sí mismo en un
mundo mentiroso.
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