La noticia se hizo viral: Un taxi llevaba atado a un perro
en la parte trasera y lo arrastraba por la carretera. El castigo se debía - según los dueños - a que
el perro se había comido unas gallinas. La idea original era envenenarlo y
después echarlo al río, pero al final, optaron por arrastrarlo.
María se enteró de la noticia a través de su móvil. Con gran
espanto vio como el perro era arrastrado sin piedad. No pudo más, lloró; sintió
rabia, tristeza e impotencia por no poder hacer nada. Dijo en voz alta y con
firmeza: ¡Que Dios me perdone, pero esas personas deberían morir! No se
arrepintió de haberlo dicho, segura estaba de lo que deseaba.
La imagen del perro siendo castigado no abandonó a María en
todo el día. En su trabajo no lograba concentrarse, el recuerdo era agobiante
para ella.
Cuando llegó a casa ya era de noche, la televisión daba las
noticias, y claro, hablaban sobre el perro y toda la nueva información que
fluía en torno a esta “tragedia”. María, con la vista perdida en el televisor y
ya sin poner atención a lo que en él se hablaba, acariciaba su panza. El perro
siendo arrastrado la había hecho olvidar que estaba embarazada y que debía
tomar una decisión. Con la mirada perdida y con una voz suave, casi inaudible,
dijo para sí: ¡Que Dios me perdone!...
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