A los diez años descubrí que Dios existe. Me lo había dicho mi padre y cada domingo me lo repetía mi madre. Reacio a sus mandatos, la existencia de un Dios me era inverosímil. Cómo creer en él ante la tragedia de la vida. Si había un Dios, ese Dios estaba peligrosamente ausente. Concluí que no existía y esa fue mi primer certeza, mi primer determinación, mi primer elección; y había elegido no creer en él.
A mi padre esta idea no le parecía, Según decía él, mis pensamientos se derivaban de mi falta de fe. Me decía que Dios es quien guarda el perfecto orden que hay en el universo y que a cambio de ello, nosotros sólo debemos ser hombres de fe... La religión de Dios es el fútbol - dijo - Y como en toda religión, siempre hay quienes no creen en él, pero pese a que no crees en Dios, pienso que creerás en el fútbol.
Después de decir éstas palabras, salimos de casa y emprendimos el peregrinar hacia el estadio; se disputaban los cuartos de final de la copa del mundo. Mi primer visita a un estadio de fútbol y lo hacía en pleno mundial de México 86. Argentina se enfrentaba a la selección de Inglaterra, Diego Armando Maradona se encontraba en la cancha, el mítico 10 estaba ante mis ojos. Maradona y 10 más. Ese día toda Argentina se resumía en un 10.
El partido transcurrió con normalidad. Los dos equipos generaron jugadas de peligro pero ninguno tomaba ventaja. Terminó el primer tiempo. Mi padre se notaba nervioso, ese nervio que sólo le había visto cuando mi madre lo descubrió con otra mujer. En el descanso, mi padre repetía constantemente: Sólo es cuestión de tiempo; así es todo en la vida... cuestión de tiempo. ¿Tiempo para qué? preguntaba para mis adentros.
Inició la segunda mitad, el equipo argentino se mostró sólido y agresivo; Maradona empezó a ser ese Maradona magistral y temible que había visto antes por televisión. A partir del minuto seis, comprendí la religiosidad que hay en el fútbol. Valdano controlaba un pase cruzado de Maradona, la pared estaba escrita; Valdano controló el balón a media altura pero le era arrebatado por ese clásico fútbol tajante y educado de los ingleses. Todo parecía perdido, pero en mi mente rondaba la frase que me había dicho mi padre: Hombres de fe, y en ese momento, el milagro ocurrió.
Un error defensivo puso en el aire el balón, el portero inglés se perfilaba a interceptarlo, se levantó por los aires un poco antes que Maradona. El que más alto saltara, alcanzaría la gloria eterna. Después de ese momento, todo lo que ocurrió fue un acto divino; Dios en la tierra y miles de personas fuimos testigos de su presencia.
La pelota se metió en la portería del guardameta inglés; la mano de Dios estaba presente... El 10 se la había robado. Mi padre tenía razón, todo es cuestión de tiempo. Ahora, se que Dios existe, que Dios es manco y que un día su hijo regresará a la tierra a reclamar la mano de su padre.
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