Siendo apenas un niño, César Andrade era el encargado de equipar a sus hermanos para los partidos llaneros del fin de semana. Su única relación con el fútbol, no era más que la de ser espectador y utilero; como si el destino le dictara que su verdadero papel en la vida, era afuera de las canchas ayudando a los demás.
Su debut - tan inesperado como fortuito - le bastó para demostrar que sus capacidades deportivas iban más allá de lo ordinario. Dominaba el medio campo con destreza y virtuosismo. El éxito - siempre tan repentino - estaba a la vuelta de la esquina.
Pronto se encontró jugando a nivel profesional en ese Atlas promisorio, que dirigía Ricardo Antonio La Volpe. Desequilibrante, habilidoso y con ese desenfado y atrevimiento que caracteriza a todo joven, Andrade rozaba la cima de la gloria, así lo confirmaba su convocatoria para jugar con la Selección Mexicana sub - 23; el parteaguas que tendría que encaminarlo a la avenida de los jugadores ilustres del fútbol mexicano... pero ocurrió todo lo contrario.
Frustrado por ser relegado del cuadro titular y ensoberbecido por las mieles del éxito y la fama; truncó su carrera al perder una de sus piernas en un accidente de tránsito después de haber ingerido bebidas embriagantes. Su sueño duró sólo un año, una estrella que apenas empezaba a brillar se apagaba repentinamente.
Schopenhauer decía que quien ha nacido en la pobreza y de repente se encuentra de frente con riquezas desmedidas, considera a estas, cosas superfluas, aptas para el disfrute y el derroche y cuando estas se escapan, el sujeto se cree capaz de vivir sin ellas y se siente libre de una carga.
Hoy César Andrade - como en aquella lejana infancia - es espectador y utilero del campo y de la vida. Se preparó como director técnico, y al día de hoy, imparte conferencias a jóvenes universitarios.
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