Durante gran parte de mi infancia siempre me sentí ajeno al mundo que me rodeaba: El mundo de los primeros amigos, el mundo del juego, el mundo del primer amor, el mundo de la alegría más simple. Todo ello me resultaba extraño y acaso indiferente; pues al fin de cuentas, siempre había sido un niño solitario. La escuela o lo que podríamos llamar, mi "instrucción escolar primaria", sólo vino a reafirmar esa soledad. Transité por salones siempre numerosos, pero a pesar de ello, nunca logré encajar en ninguna parte. Supe entonces identificar el papel que yo jugaba dentro de esos grupos, el papel del observador, el papel del niño abstraído que todo lo veía. Gracias a esto siempre pude identificar y "conocer" a mis compañeros, no hacía falta hablar con ellos, yo sabía quiénes eran o lo que ellos creían ser y supe entonces que desde muy pequeños aprendemos a jugar roles, empezamos a situarnos en el mundo - o para ser más preciso - , nos "adueñamos"